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miércoles, 9 de julio de 2014

Bewaarder



                                        Capitulo 14


Rosmeta, una de las criadas mayores de la casa estaba peinando y vistiendo a Leah para el baile, Jezabel se había dejado caer por la habitación para darle una lista con las cosas que una señorita no tenía que hacer en público y mientras la criada la peinaba ella repasaba la lista poniéndose cada vez mas furiosa, Leah no era ninguna feminista de las que quemaban sujetadores, pero mientras leía el escrito de Jezabel la furia y las ganas de matanza se adherían a su cuerpo como una segunda piel.

  • ¿Pero que narices es esto de no llevarle la contraria a un hombre aunque no tenga razón? – preguntó en voz alta haciendo que la criada la sonriera de manera cómica.
  • Querida, ¿de dónde ha salido usted?, eso lleva siendo así toda la vida – dijo la mujer mientras trenzaba otro mechón de su cabeza y lo recogía con soltura sobre la nunca.

  1. No llevar la contraria a los hombres aunque sepas que se están equivocando.
  2. No hablar de política o religión.
  3. No darles a entender que tu eres más culta que ellos (eso les enfada)
  4. Hablar solo cuando te pregunten.
  5. Mostrarse tímida y retraída.
  6. No mostrar carácter (eso les asusta)
  7. Evitar por todos los medios pisarlos los pies mientras estáis bailando, y si es él el que te pisa, disculparse, es decir asumir la culpa de su torpeza.
  8. No estar a solas con un hombre sin una carabina cerca.
  9. No bailar más de dos veces con el mismo hombre.
  10. No bailar con nadie que no se haya inscrito en la tarjeta de baile.
  11. No hablar de sexo ni patearlos las pelotas cuando se muestren machotes y dominantes.

Leah se dio cuenta que la última cita había sido añadida por otra persona, no fue difícil adivinar que Nergal estaba detrás de la norma número once. Le ardían las orejas cada vez que repasaba el listado de Jezabel, ¿Cómo podían las mujeres soportar eso? La ira y la impotencia eran unas emociones a las que Leah no estaba muy acostumbrada, pero en ese momento era capaz de descuartizar a quien simplemente le soplara en la nuca.
El enfado de Leah se incrementó cuando Rosmeta apretó el vestido azul que le había prestado su anfitriona y volvió a quedarse sin aliento. Definitivamente esta época es una tortura para las mujeres, pensó Leah mientras intentaba controlar su temperamento.
El carruaje negro tirado por dos preciosos caballos marrones, estaba esperando a la hora justa en la puerta de la casa, Erik, Nergal, Jezabel y Leah entraron en el habitáculo y se dirigieron hacia la casa de Lady Winchertt. Erik y Nergal no dejaban de mirarle los pechos a Leah, esta incomoda e irritada dejo sus modales a un lado y los gruño fulminándolos con la mirada, ambos hombres se desternillaron de la risa.

  • ¿Te fijaste que gruño como un doberman? – le preguntó Nergal a Erik mientras se partían de la risa.
  • El próximo que me mire a cualquier otro sitio que no sea mi cara, se come mi zapato ¿habéis entendido? – les ladró Leah. Incluso Jezabel parecía divertida con el carácter de la muchacha.
  • Está bien, no volveremos a mirar tus pechos – dijo Erik mientras paraba de reírse y se secaba las lagrimas con un pañuelo de tela.
  • Tenéis que comportaros como si fuerais de esta época, no tenéis que llamar la atención de nadie, físicamente ahora sois de lo mas normales, así que lo único que tenéis que hacer es controlar vuestro lenguaje y dejarme hablar a mi siempre que podáis – dijo Jezabel mientras el carruaje se detenía junto a la puerta de una gran mansión de estilo rococo.
  • ¡Vaya pedazo de choza! – exclamó Erik mientras salía del carro.
  • A eso me refería cuando os decía que controléis vuestro lenguaje – dijo Jezabel negando con la cabeza – esto va a ser un desastre – afirmó mientras entraban en la mansión.

El interior de la vivienda era precioso, aunque Leah no era muy fan de ese tipo de arquitectura y decoración, tenia que reconocer que dentro de su época, era realmente magnifico.
De camino al salón donde se celebraba el baile varias personas muy arregladas y tiesas se cruzaron con ellos mientras lanzaban miradas poco sutiles a Jezabel.

  • ¿Por qué te miran así? – le preguntó Leah a la mujer.
  • Porque no os conocen, la gente de esta época es muy cotilla, les encantan los chismes y los cotilleos, seguramente vosotros estés en boca de todo el mundo durante una semana, pero si formáis algún barullo, os recordaran durante meses, tiempo que seguramente ninguno de vosotros pasareis aquí, así que os ruego que me hagáis el infierno un poco mas acogedor y no hagáis nada extraño o fuera de lugar – dijo Jezabel mientras nos sonreía, Leah sabía que en el fondo era una mujer llena de ganas de aventuras, pero la sociedad en la que vivía la exprimía hasta la ultima gota de personalidad. Ahora entendía porque Jezabel había escrito su diario en hebreo y se había molestado tanto en esconderlo, su vida hubiese sido un infierno si alguien hubiese sospechado que era una bruja.

El salón que estaba situado en el ala norte de la mansión, justo por encima de los jardines, estaba lleno de gente, y en cuento Erik y Leah pisaron dentro del recinto, la sensación de entumecimiento del estomago los sacudió con mucha fuerza. Solo existen diez anakims puros, es decir, los primeros ángeles caídos del cielo, el resto de Anakims que hay por el mundo eran humanos transformados por Ereshkigal, en ese momento, en ese salón, había al menos dos anakims puros, normalmente ese tipo de criaturas tan antiguas suelen esconder parte de su poder, de esa manera, sus atacantes no saben si es un anakim puro o uno transformado.

Erik recorrió la sala con la mirada, era el mas alto de los tres y Leah no llegaba a ver por encima del gentío.

  • He visto a uno de ellos, esta al otro lado del salón, va acompañado de otro puro y uno transformado – le dijo Erik a Leah.
  • Es la primera vez en mi vida que me cruzo con un verdadero ángel caído – dijo Erik sonando conmocionado.
  • La miá también – dijo Leah erróneamente.
  • Creo que deberías pasearte frente a ellos, quizás les intereses y escriban su nombre en tu tarjeta – dijo Jezabel dándole a Leah un pedazo de papel – puedes ponértela en la muñeca – la dijo mientras la ayudaba a pasar el cordón por su mano enguantada hasta mas allá del codo.
  • Esto es horrible, es como si fuera un premio, o un jamón – susurró Leah conmocionada.

Los tres se pasearon por el salón siguiendo a Jezabel que saludaba y les presentaba a mucha gente. Leah estaba pendiente de los anakims, solo había visto a una mujer, esa tenia que ser sin duda la esposa del “sobrino” de Guillermo.
Antes de que pudiera darse cuenta dos hombres muy apuestos habían puesto sus nombres en su carnet de baile.
Un anakim muy guapo y exótico se acerco al grupo de mujeres donde estaban Jezabel y Leah, no hizo falta el susurro de Jezabel indicándole quien era, ya lo había imaginado, Guillermo Whalance era un hombre increíblemente hermoso, tenia el cabello oscuro y sus ojos eran de color azabache, cuando sonrió al grupo de féminas, todas dejaron escapar un suspiro mientras le hacían caídas de ojos e insinuaciones con los labios. Leah ya estaba mas que acostumbrada al efecto que tenían los anakims, es mas, como bewaarder era inmune a parte de su magia, pero lo cierto es que no todo era magia, había mucho magnetismo en ese hombre, un hombre que a Leah le dieron muchas ganas de matar.
Era realmente una pena que no le pudieran asesinar en esos momentos, pero además de ser inmortal e invencible, si le asesinaban habría una paradoja, que les llevaría de inmediato al futuro, porque si no hay Guillermo en el futuro porque ellos lo han asesinado en el pasado, ellos en el futuro no tienen necesidad de viajar al pasado, porque nada de la maquina del tiempo habría pasado, por lo que si ellos no viajaban al pasado, Guillermo nunca habría sido asesinado. Si, era toda una movida.
El señor guapo y prepotente llego hasta donde Leah y Jezabel estaban paradas.

  • A usted no la conozco, señorita… - dijo mientras le lanzaba una mirada de lo mas sensual.
  • Morgan – dijo ella – el cogió su mano derecha y la besó, después saco una pluma de su bolsillo y apunto su nombre en el carnet de baile.
  • Yo soy Guillermo, conde de Whalance ¿Tiene permiso para el vals, señorita Morgan? – preguntó él dejándola pasmada.
  • ¿Qué? – preguntó ella sin poder evitarlo.
  • Si, lo tiene señor conde – atajó Jezabel con rapidez.

Una vez el señor conde se marchó a Leah le toco bailar con el primer hombre de la lista, Jezabel la lanzó un pequeño hechizo para que bailara bien y no desentonara. A cada vuelta que Leah daba en brazos de él señor Rubirsts le entraban mas y mas ganas de buscar algún tipo de amplificador y enchufar su Ipod. Los bailes de aquella época era la mar de aburridos, y mas que una fiesta, parecía una mercado de ganado, siendo las mujeres dicha mercancía.
Cuando terminó de bailar con su primer aspirante y se dirigía hacia donde estaba Nergal y Erik, un hombre se cruzo en su camino haciéndola tropezar contra él.
Cuando Leah levanto la vista de suelo después de lanzar una maldición muy del siglo XX y poco digna de una dama, se quedo congelada, sintió como toda la sangre se esfumaba de su rostro y como por sus venas corrían trozos de hielo.
Alan Brown estaba frente a ella con una sonrisa divertida en su hermoso rostro, los ojos azules de esté brillaban de manera hipnótica.

Nunca había visto a una mujer tan hermosa, su maldición cuando había tropezado con ella le había resultado curiosa, las damas de aquella época eran demasiado remilgadas, esta mujer tenia algo distinto, algo que él deseaba, llevaba mucho tiempo sin tener relaciones con ninguna mujer, llevaba mil años aguantando un celibato inútil, o así lo veía Guillermo, él estaba harto, cansado de hacerlas daño y de que le tuvieran asco y miedo cuando se “transformaba en el monstruo” por eso, se hacia pasar por el marido de Rubí, la esposa liberal de su jefe, si era casado, nadie le obligaría a bailar con las jovenzuelas en edad casadera.
Se moría de ganas de bailar con esa mujer, sus ojos oscuros le miraban de forma extraña, ninguna mujer le había aguantado la mirada tanto tiempo sin dejar caer sus ojos o hacerle alguna insinuación pecaminosa.

  • Discúlpeme – dijo ella por fin.
  • No, discúlpeme usted, no miraba por donde iba, soy Alan Whalance, sobrino del conde – dijo él alargando su mano para tomar la de ella y besarle sobre el guante.
  • Soy… - ella sin darse cuenta o tener tiempo de inventarse nada le dijo precipitadamente su segundo nombre – Eleonor Morgan – dijo Leah. En ese momento una serie de recuerdos se agolparon en su cabeza. Recordó la primera conversación que había tenido con Alan en el acantilado. Él había conocido a alguien llamado Eleonor, morena y con los ojos negros, ¡Era ella! ¡Nunca estuvo enamorado de su bisabuela! ¡Siempre fue ella! ¿Cómo no había caído antes? Su bisabuela había muerto a los veinticinco años, había tenido tres hijos, y si Alan la hubiera conocido, habría sido más joven o habría estado embarazada y casada, ¡jamás había podido ser su Bisabuela o tatarabuela.
  • Disculpa, ¿me estas escuchando? – preguntó Alan divertido, la mujer era inmune a sus encantos y además se había perdido pensando en sus cosas mientras él hablaba con ella. Nunca había conocido a una mujer que le ignorase y jamás habría pensado que eso le gustaría tanto.
  • Sí, disculpe señor Whalance, voy a salir a tomar el aire – dijo Leah mientras se recuperaba del shock.
  • ¿Puedo acompañarla? – preguntó éste.
  • Sí, claro – invitó ella sin acordarse en ningún momento de la regla numero ocho.
  • ¿Quiere que llamemos a una carabina? – preguntó él sorprendido. Que mujer mas extraña, pensó mientras la seguía al jardín. Una serie de imágenes de ellos dos solos haciendo el amor sobre la hierba cruzaron por su cabeza poniéndole duro al instante. ¿Qué tenia de especial esa joven?
  • No necesito carabina, se cuidarme bien yo sola – dijo para su asombro, ella era una mujer demasiado segura de si misma, algo raro en esa época.

Una vez llegaron al jardín Leah no sabía que decirle, así que optó por dejarle a él que guiara la conversación. Las ganas que tenia ella de contarle la verdad, lanzarle al suelo y comérselo a besos la aturdieron, se dio cuenta que por mucho que ella quisiera jamás podría ser capaz de apartarse de Alan.

  • ¿Te gusta el jardín? – preguntó él. No sabía que decirle a esa extraña mujer.
  • Si, es muy bonito ¿Dónde viven usted y su mujer? – dijo ella remarcando la ultima palabra. La mujer anakim que había visto en el baile era, según Jezabel, la mujer de Adam, los celos la corrompían, nunca había sentido celos por nadie, pero en ese momento los acumuló todos.
  • En realidad, debo serle sincero, ella no es mi mujer – dijo él. ¿Por qué tenia tanta necesidad de contarle que estaba libre, jamás se podría acostar con ella? – es mi prima, nos hacemos pasar por pareja para que a ninguno de los dos nos obliguen a bailar con los aspirantes a casarse - ¿Cómo no se le había ocurrido eso a ella?¿por qué narices no había elegido a Erik o a Nergal para que fueran sus maridos?
  • Entiendo perfectamente lo que quiere decir – dijo Leah sonriéndole. Alan sintió una fuerte presión en el pecho cuando ella le sonrió de una manera tan cómplice que incluso pudo imaginársela siendo su amante.
  • Todavía no has elegido marido – dijo más como una afirmación que como una pregunta.
  • No, ni tengo intención de hacerlo, al menos por el momento, en un futuro… quizás me casé – dijo ella mientras le miraba directamente a los ojos.
  • Entiendo… - dijo Alan sin saber que mas decirle. Solo pensar en ella con otro hombre había hecho salir la bestia celosa de su interior. Él no tenía derecho a sentir celos, no tenía derecho a poseerla, sin embargo sabía que ese día soñaría con sus labios y con sus piernas alrededor de su cintura.
Mmmm…. Se estaba poniendo duro otra vez, y solo había pasado quince minutos con ella, pensó Alan.

  • Vivo en la mansión que hay al final del mercado – dijo Alan.
  • ¿Qué? – Leah estaba confundida por su comentario.

  • Me habías preguntado donde vivía, pues vivo en la mansión Whalance la primera calle que sale del mercado – aclaró él. Leah se ruborizó, no se había acordado de la pregunta, estaba tan ensimismada con él que se había olvidado del porque estaba allí.
  • Tengo que marcharme, creo que ahora me toca bailar con tu tío – le dijo Leah mientras se volvía a adentrar en el salón.
A Alan le volvió a dar un ataque de celos al ver a Guillermo acercarse a ella sonriente. Deseó poder ponerse entre medias de los dos y reclamarla el vals, pero no podía hacerlo sin descubrir su engaño, en esa sociedad tan estúpida, dejaría a Rubí por los suelos si su marido bailaba con otra, no podía hacerle eso a ella, no la estimaba demasiado, pero era la pareja de Guillermo, su padre y mentor.
Cuando Leah toco la mano que Guillermo le extendía en invitación para tomar su baile, sintió algo extraño, algo de lo que no se había dado cuenta hasta ese momento. En el futuro Alan había escondido su poder, él era igual de poderoso que Guillermo, ambos eran ángeles caídos puros. Evitó que el asco de tocar a Guillermo se reflejara en su rostro y se marcho con él a bailar mientras lanzaba otra mirada de anhelo a Alan.
Alan se dio cuenta de que ella no quería bailar con Whalance y eso le hincho en pecho de orgullo, esa mujer seria suya o de nade mas, se dijo a si mismo mientras iba en busca de Rubí La joven anakim siempre terminaba las fiestas asesinando a alguien, hoy le tocaba a Alan impedir que eso pasase, la gente ya sospechaba demasiado de ellos, no envejecían nada y pronto tendrían que mudarse a otro sitio.
La conversación entre el conde y Leah fue banal y poco esclarecedora así que cuando terminaron de bailar, ella declinó su oferta de salir a tomar el aire y se marcho junto a sus compañeros.

  • Ya lo tenemos – dijo Nergal en cuanto Leah estuvo a su lado.
  • ¿Tenéis que? – preguntó esta haciendo un mohín.
  • La daga está en casa de Guillermo y estoy seguro que el Guillermo del futuro no tardará mucho en llegar y cogerla, empiezo a pensar que fue de esa manera como se perdió la pista de la daga, alguno de nosotros está destinado a robarla, si somos nosotros perfecto, pero si es Guillermo, entonces solo podemos rezar para que la bruja de mi ex mujer tenga piedad – dijo Nergal mientras se estremecía.
  • ¿Cómo sabéis que está en su casa? – preguntó Leah confundida.
  • Le leí la mente mientras bailabais, no hacia otra cosa que pensar en la daga y en como mataría a su sobrino con ella… bueno, también pensaba en lo bien que se lo iba a pasar contigo en la cama – dijo el Dios mientras me sonreía – y realmente no tiene ni idea de lo bien que se lo pasaría contigo – dijo haciendo que Leah se ruborizase de furia y vergüenza.
  • ¿Qué significa eso? – preguntó Erik con el ceño fruncido. No se había perdido nada de su conversación.
  • Nada – dijo Leah antes de que Nergal abriera la boca. El Dios solo sonrió a Erik y se encogió de hombros.
  • ¿Por qué demonios me habéis dejado seguir bailando con él si sabíais ya lo que estábamos buscando? – preguntó Leah enojada. Luego cayó en la segunda cuestión - ¿Por qué quiere matar a su sobrino? ¿le habéis visto? – preguntó Leah. Estuvo a punto de decirles que era Alan, pero una sensación extraña la detuvo, por una vez le haría caso a sus instintos y se lo callaría.
  • No, solo he visto a la mujer – contestó Erik . creo que deberíamos irnos y visitar la casa del conde mientras el esta aquí entretenido.
  • Tienes razón, vayámonos – les dijo Leah mientras barría la sala con la mirada en busca de Jezabel.
  • Una vez localizaron a su anfitriona, los cuatro salieron de la mansión y se dirigieron sin detenerse hacia su carruaje.
El camino hacia la casa del conde no fue largo, atravesaron la zona de los barrios bajos donde algunos borrachos vagaban sin rumbo, recorrieron varias calles más y pronto estuvieron frente a su destino.

  • ¿Creéis que es aconsejable que entremos ahora a robarla? – preguntó Erik. Mientras una figura conocida entraba dentro de la mansión. Al parecer Alan había regresado a su casa solo.
  • Creo que es lo mejor que podemos hacer, tu y Nergal – dijo Leah apuntando con un dedo a Erik – ir por la parte de atrás, yo entretendré al sobrino de Guillermo, Jezabel, tu quedate aquí y cubrenos las espaldas – nada mas darles las ordenes Leah saltó fuera del carruaje y se dirigió deprisa hacia la puerta principal de la mansión.

No tuvo ninguna duda, aporreo la puerta con los nudillos esperando que fuera una criada o un mayordomo el que la abriera, para su mas grato asombro, fue Alan quien la recibió.

  • Señorita Morgan ¿Qué la trae por aquí? – preguntó Alan escrutando los alrededores.
  • Llámeme Eleonor, y con lo que respecta a la pregunta, me apetecía verle – dijo ella sonrojándose, había sido un efecto visual y una actuación digna de un Oscar, si no fuera porque todo lo que le decía era lo que realmente sentía.
  • No es un buen momento… yo estaba… - antes de que el pudiera terminar la frase una mujer mayor de unos cincuenta años se abalanzó contra la puerta desde el interior, parecía como si intentara huir y le fuera la vida en ello. Leah se percato del cuello de la mujer y se dio cuenta con desagrado que, huir era lo que desesperadamente estaba intentado.

Leah tiro de la señora hacia fuera y poniéndole una mano en la frente le borro la memoria. Alan no se dio cuenta de que había lanzado un hechizo. Después dejo marchar a la mujer y tranquilamente enfrentó los ojos del anakim. Debía sentir repugnancia, ira, rabia… pero Leah solo podía pensar con su corazón. Él la miraba pálido y sorprendido desde el quicio de la puerta y no pudo evitar sentir dolor y rabia por él, se veía a la legua que él no quería hacerlo, ella no sabía como ese extraño conocimiento había llegado a su cabeza, pero sabía que era verdad. Le miro con comprensión, la lastima no era un sentimiento por el que Leah tuviera predilección asique lo único que encontró Alan en los ojos de ella, fue entendimiento y comprensión.

Alan no daba crédito a lo que veían sus ojos, Eleonor no se había inmutado ni un poco al ver a la criada salir corriendo con la garganta casi desgarrada, no había gritado, no había salido corriendo… todo era extraño para Alan y le hizo desconfiar de la joven extraña. Si no se había asustado, eso solo podía significar, que sabía lo que él era. Intento plantarle cara a la mujer, pero su expresión y sus ojos lo detuvieron, jamás había visto a una persona mirarle con ternura y comprensión, y aquella extraña salvajemente atractiva y dulce le estaba haciendo si darse cuenta, el mejor regalo del mundo. Quiso abrazarla y llevarla junto a él a la cama, quiso hacerla el amor de miles de maneras, su mente se convirtió en un barullo de imágenes eróticas de ellos dos juntos. La voz de Eleonor rompió su ensueño de un plumazo.

  • Tu tío quiere matarte – le soltó Leah a bocajarro.
  • ¿Qué? ¿Cómo?¿Cómo lo sabes? ¿Quién eres? – balbuceó Alan sorprendido.
  • Lo he escuchado en el salón, el quiere matarte solo vengo a prevenirte – dijo ella con cautela, no quería cambiar el pasado, pero tampoco quería regresar a un futuro sin Alan.
  • No puede matarme… yo… bueno, él no puede hacerlo – dijo Alan sin darse cuenta que casi le revela a una extraña algo que aun que estaba seguro que ella sabía o imaginaba, no debía decirle.
  • Tiene un método para hacerlo, ¿Tendrás cuidado? – le preguntó ella mientras se acercaba a él y tomaba su mano entre las suyas. ¡Ella le había cogido la mano! Ella sabía lo que era y no le daba asco, lucharía hasta el final por esa mujer, él seria el hombre con el que se casaría, ya no tendría que ir mas a esos estúpidos bailes, pensó Alan. Su ensueño se rompió en mil pedazos, ella era humana y él no ¿Cómo lo había podido olvidar con tanta facilidad?

Leah sabía que Alan estaba teniendo un remolino extraño de sentimientos confusos y extravagantes, no es muy normal que alguien que no conoces, parezca saber tantas cosas.

  • Tengo que marcharme, prométeme que te cuidaras – le dijo ella antes de poder evitarlo.
  • ¿Qué te importo yo? – preguntó él confundido.
  • Mucho, mas de lo que imaginas, algún día, en un futuro lo sabrás… - Leah sabía que tenia que parar de decirle esas cosas, que debía marcharse, pero no pudo y antes siquiera de que Alan pudiera reaccionar, ella se acercó a él y le beso con pasión.
El beso fue salvaje, Alan creía que estaba soñando, nunca nadie había sido tan sincero, salvaje y tierno en un mismo beso.

  • ¿Te volveré a ver? – preguntó Alan cuando Leah se retiro. ¿Qué podía decirle ella? Se preguntó.
  • Si, volveremos a encontrarnos, y cuando suceda pasaremos mas tiempo juntos – no tenía que haberle dicho eso, se regañó Leah. Era un error, pero no podía evitarlo, amaba a ese hombre con todo su corazón, jamás había sentido nada parecido por nadie.


Leah bajo las escaleras de la entrada y se dirigió hasta la verja de la casa, antes de abrir la valla se dio la vuelta y le lanzó un beso con la mano. Un gesto que Alan no olvidaría nunca.

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